viernes, 29 de julio de 2011

REFLEXIONES DE LAS QUIERIDAS DANZANTES. ANA PREMA.

Escrito por
ANA MOLINA ARAGON (fin del curso 2010-2011)

Era tarde, ya caía el sol anaranjado en la franja del mar. Y allí estaba yo sentada, en la arena de la playa, viendo cómo otro día daba comienzo a la noche.
¿Cuántos atardeceres he visto en mi vida? ¿Cuántos puedo recordar con detalle? ¿Qué me han aportado? ¿Podría decir que mi vida se reduce a un solo día? Y de ser así ¿qué podía cambiar si ese día no me había gustado?
Mirando el sol, su ocaso, conecto con mi corazón, con mis anhelos, mis miedos, mis interrogantes… me enfrento a un día más que se ha escurrido entre los dedos de mis manos y quizás no lo haya aprovechado del todo. Llevar la vista atrás, recordar esos atardeceres: algunos tristes, de lágrimas por el desamor; otros alegres, por la belleza del entorno, la ilusión de la novedad; otros místicos, por la magia que los envolvía, por el estado que buscaba mirando hacia mi corazón. Un viaje de ida y sin billete de retorno, caminar sólo hacia delante.
Cada uno de mis latidos me impulsa, me apasiona, me da vida para continuar este viaje de la vida, donde la mayor pregunta es: ¿cuál es mi misión en la vida? ¿La estoy cumpliendo con lo que hago? ¿Estoy acomodada con lo que hago? ¿Es suficiente?
Cuando todo está bajo control, siento que la tierra que piso me está hablando, diciendo que todo está bien, que estoy enraizada, arropada. Pero la monotonía me lleva a un estado que me incomoda, que hace que la tierra se vuelva a tambalear, que algo inesperado suceda, que mi cabeza se llene de dudas, de preguntas, de porqués y para qué.
En ese momento, el aire empieza a hacer de las suyas: me eleva, me despega de la tierra, y me lleva a un lugar donde me siento con miedo, con temor por todo cuanto sucede. Me refugio quizás en las amistades, en salir, en ver la tele, en leer, en escuchar música… en que haya ruido a mi alrededor para que no pueda escuchar la llamada de mi corazón.
Y en ese momento, conecto con el agua que fluye por mi cuerpo a través de las emociones. Empiezo a escuchar esos diálogos internos, a veces tormentosos, a veces llenos de sueños sin realizar, de ilusiones y fantasías, de anhelos. Emociones que me hacen vibrar con el entorno, con lo que soy en ese momento. A veces me siento pletórica, llena, con ganas de crear, de compartir; a veces me siento vacía, sin nada que aportar al mundo, desanimada, sin valía para realizar la tarea; a veces me siento culpable por no hacer lo que siento que debo hacer, culpable por hacer lo que quiero hacer y sentir que no se corresponde con el deber ¿Hacer? ¿Deber? ¿Tener? ¿Querer?
¿Qué verbo es más importante de todos ellos sino el de Ser?
Ante todo: SER. Ser lo que quiero Ser en cada momento, y cada uno de ellos tiene su aquel, su porqué, su para qué, su ingrediente del pastel que me voy a comer cada día, feliz, como recompensa por estar aquí, ahora, siendo y sintiendo mi corazón latir con fuerza.
Se pone en marcha entonces el fuego alquímico del corazón, ese fuego que tiene el don de trascender lo mundano, de sacar lo extraordinario, de hacer brillar la luz del interior. Fuego que conviertes en cenizas todo rastro de miedo y pavor ante los cambios, ante la novedad, ante el Ser y el Amar.
Tierra, aire, agua y fuego… mezclados todos en proporciones no siempre equitativas, no siempre equilibradas… y movidas por el espíritu del Éter, de la energía vital, encarnada en entusiasmo, alegría, canto, danza, espiritualidad, meditación, compartir, amar… soñar.
¿Soñar? ¿No es un sueño todo cuanto vivo? ¿Qué es realidad? Conduzco y miro por el retrovisor, todo cuanto aparece en él era real hacía tan sólo unos segundos, ahora ya están atrás, siendo devorados por otras imágenes, otros instantes… Instantes, la vida se compone de instantes. Durante unos días me dediqué a plasmarlos en imágenes que capturaban ciertos instantes que me resultaban bellos, enigmáticos, curiosos, divertidos, originales, mágicos… Instantes y más instantes. Cada uno de ellos una perla que compone el collar de la vida.
Cada perla: es una joya. Cada joya: es un regalo de estar vivo. Cada regalo: es una recompensar por apreciar todo cuanto me sucede y rodea. Cada recompensa: es el aliento necesario para continuar danzando al corazón.
De cada encuentro he obtenido una perla, que ha sido joya, regalo, recompensa y aliento al mismo tiempo.
De la Tierra: una piedra blanca que me ancla al momento presente, que me recuerda la importancia de la pureza por su blancura, de la liberación de la culpa, del miedo al fracaso, a la pérdida, al desamor. También una visión interior de mi Diosa del Desierto: bella, radiante, llena de calor, de pasión, danzarina en las anaranjadas arenas del desierto a la luz de un fuego, acompañada de tres hombres músicos. Y como colofón: la oración que manó de mi corazón hacia ella, para recordarla, para invocarla, para agradecerle su presencia.
Durante esos días, necesitaba sentir que había tomado la mejor decisión al aventurarme en este viaje de la Danza del Corazón. Y se despejaron las dudas cuando experimenté la recompensa del encuentro con el Amado. Mi Diosa se hizo más latente, más poderosa, más sensual. Pisaba con tal seguridad, sin miedo al futuro, viviendo sólo el presente, confiando en el Universo.
Del Agua: una concha como recipiente bautismal, para elevar mis energías desde el Hara al Sahasrara, para elevar mis emociones, mi estado. Mi Diosa del Desierto transmutando en la alquimia sagrada el placer de penetrar al paraíso: un lugar lleno de vegetación verde, exultante, salvaje, con ríos cristalinos y mares turquesas bañando la playa de mi vida. Y una música que remueve esas corrientes marinas, brotando como cascadas por mis ojos ríos de mar salada.
Fueron días en los que las emociones, las sorpresas, los encuentros, las prácticas internas, el trabajo… todo fluía como fluyen los ríos y mares, influenciados por la Luna, con sus subidas y bajadas. Pero seguía confiando, una fuerza interior me empujaba a continuar con ilusión y esperanza, y sobre todo: agradecimiento, mucho agradecimiento y gratitud por todo cuanto me estaba regalando el universo, que lo sentía como una recompensa.
Del Fuego: no hubo objeto que se viniera conmigo, porque el fuego es volátil y nada manso como para capturarlo. Aunque siempre está latiendo al son de mi corazón cada vez que enciendo una vela, cada vez que me quedo hipnotizada con su movimiento danzarín. Mi Diosa del Desierto quedó escondida tras sus llamas, tras el calor sofocante que irradiaba y me asfixiaba, tras las dudas del Amor que no me llenaba. Una experiencia mística con la llama, visionándola en tres posiciones a la vez: la magia de nuevo tomaba formas sorprendentes.
Lo que más necesité ese mes del Fuego fue su intensidad, su necesidad de destrucción de todo lo viejo, de todo temor… me invadía un estado de confusión, el miedo se había apoderado nuevamente de mi mente y, lo peor de todo, de mi corazón. Ya no confiaba en las oportunidades, ya no confiaba en el destino: había perdido la ilusión. Era como si una nube gris recurrente me cubriera de nuevo y no me dejara ver, no me dejara disfrutar de todo cuanto me rodeaba, no me dejaba crear mi destino.
Del Aire: las plumas con su suave tacto despertaron de nuevo la sensibilidad. La Diosa del Desierto desató una terrible tormenta de aire y arena en mi desierto interior. Todo daba vueltas, todo se agitaba, porque necesitaba poner orden, establecer mis límites, mis necesidades, mis anhelos, mis esperanzas. Y ella junto al Aire trajo la inspiración para realizar una tarea de liberación con las deudas del pasado, para romper las cadenas de la envidia que esclaviza y paraliza el avance interior en esa danza del corazón. Otro regalo maravilloso para culminar esta Danza del Corazón, fue el taller de Flauta Andina, donde el aire tomaba formas sonoras con matices sanadores directamente al corazón. Años habían transcurrido esperando el momento de aprender del maestro y en esa misma semana apareció como un espejismo, sin dificultades para ir, con tropiezos para volver.
Estaba haciendo más de la cuenta, más de lo que mi cuerpo y alma podían soportar… el aire secaba mis reservas de energía hasta caer en el olvido de las cosas importantes, en los despistes que me dejaban en tierra sin volar a otros destinos para hacer la tarea que me había puesto al comienzo del año.
Una parada, un shock, un descanso lleno de tremenda inspiración.


Pero el mayor de todos los regalos que se lleva mi corazón para siempre, son las personas maravillosas que han entrado en él, que han dejado su semilla y el poder ver cómo florece su flor en mi corazón, regándose en cada encuentro con el cariño, la entrega, la amistad, el Ser y el Saber compartidos sin igual.
Gracias a ti, Luz, por esa luz que ha guiado a mi corazón a abrirse, a descubrirse, a entregarse a la danza de la vida. Por compartir tu sabiduría, tu ilusión, tus abrazos y tus risas, tus bellas danzas.
Gracias a ti, Ignacio, por ser instrumento sanador y liberador de mi Diosa del Desierto, por transportarme con tu música a mágicos lugares de mi interior, por despertar las ganas de acariciar un instrumento sanador.
Gracias a ti, Gloria, por ser la exploradora intrépida que abriste el camino, sembrando la confianza, compartiendo perlas, joyas, regalos… convirtiendo cada viaje en una recompensa y aliento sanador para mi corazón.
Gracias a ti, Carmen, por tu saber estar, por tu suave compartir, por tus inmensos abrazos, por tus sabias palabras, por abrir tu corazón al mío.
Gracias a ti, Inma, por tu dulce mirada, por dejarte crear y por crearme, por las risas y bailes compartidos, por la magia del té en flor.
Gracias a ti, Paquita, por abrir tu corazón y compartirlo conmigo, por descubrirnos “el italiano” y saborear esa pizza de chocolate que nunca olvidaré gracias a ti. Por ser como eres, cariñosa y atenta.
Gracias a ti, Merche, por enseñarme la importancia del valor que tiene el hacerse regalos a una misma, dejando a un lado los problemas y disfrutando del momento, danzando, llenando el corazón.
Gracias a ti, Mabel, por tu sentido del humor, del divertimento; por compartir ricos manjares el día de tu cumpleaños, por abrirnos tu corazón.

Ana Molina Aragon

Gracias, a ti, preciosa Ana, por tu presencia y tu escucha, por tu valor y tu sabiduria, por tu Ser Cariñoso y Atento, por tu Madre Divina que llevas dentro.

sábado, 23 de julio de 2011

REFLEXIONES DE LAS QUIERIDAS DANZANTES. CARMEN, La Gran Matrona.

EL ESTORNUDO DE DIOS

Escrito por

CARMEN ARJONA GARCIA (fin del curso 2011-2012)


Una tarde de frío invierno en que Dios andaba muy resfriado, se le escapó un estornudo con tal fuerza que cayó directamente a la Tierra; era un resto de aliento divino y resplandecía con toda su luz.

Ese día en la Tierra hacía un viento helado que tomando forma de huracán, levantó capas y capas de polvo que terminaron sepultando esa luz debajo de la tierra.

Por la mañana, una topilla ciega y medio muerta de frío, buscaba debajo de la tierra, un hueco cálido donde refugiarse y poder dar algo de calor a su prole; así que percibiendo algo del brillo de la luz, aunque estaba bien camuflada, se pegó directamente a ella; quería chupar esa luz, absorberla y pasarla al interior de su cuerpo porque su frío era tanto, que pensaba que moriría dejando a sus crías sin protección alguna.

La luz se asustó al ver las intenciones de la topilla, pero aplastada por arriba por las pisadas de otros muchos animales que pasaban por allí, no podía salir corriendo, así que lo único que se le ocurrió para salvarse, fue endurecerse y endurecerse para que la topilla no pudiera acceder a ella. Y se volvió más y más dura, más y más impermeable, desconfiando de todo aquel que se acercaba y escondiéndose debajo de capas que la hacían casi invisible para pasar desapercibida. Poco a poco fue desconectándose de su energía, de su brillo y del calor que desprendía esa energía, hasta perder de vista que en realidad era una luz. Olvidaba así su origen para terminar creyendo que siempre había sido una piedra dura y resentida contra todos los que habían querido chuparla.

Dios que anhelaba parte de su aliento perdido, mandó cienes y cienes de lluvias que ablandaran la tierra formando surcos sobre ella, hasta que parte de esa lluvia llegó a la piedra, volviéndola un poquito más porosa. Por estos poros empezó a entrar el fresco del aire que empezó a mover la piedra ya más blandita, fuera de su escondite habitual. Le aconsejó que bailara y bailara, igual así podría sacudirse parte de la tierra que la cubría. Ella protestaba y se quejaba del aire; no quería moverse de su sitio. Además si se movía, podrían querer de nuevo chuparla.

Pero al aire que es muy fresco, le daba igual y seguía empujándola hasta que de un empellón la llevó por los aires hasta la cueva de la Diosa Noctiluca. Allí la piedra se emocionó en un rito iniciático donde parecía que perdía parte de la tierra dura que aún la cubría, acercándose un poquito a la luz que llevaba dentro, pero no se atrevió a lanzarse al agua; le costaba desprenderse de su costra bien armada y entregarse a semejante aventura; porque cómo sería eso de dejar de ser piedra? Así que tuvo que venir de nuevo el fresco del aire que la sedujo prometiéndole no quitarle ni un grano más de su capa; sólo la masajearía suavemente para volverla blandita, blandita y que la piedra empezara a confiar comprobando que no todo el mundo quería chuparla.

En una de sus artimañas, le presentó a la todopoderosa Diosa de los mil brazos que salía de lo más profundo de la tierra, y de nuevo la piedra se asustó impactada por la fuerza de semejante criatura. El aire le dijo: perdón; ya sé que voy muy rápido, y contigo, hay que ir poco a poco. Y se le ocurrió presentarle a dos delfines que la acompañarían en un paseo por el mar. Aquí la piedra descubrió maravillas al sentirse fluir con la sensualidad del agua. Cuánto necesitaba esta piedra dejarse fluir!. Aprovechando el disfrute de la piedra, el fresco del aire, que le costaba esperar, dijo: ahora es la mía. Y volviéndose melodía divina al pasar por la magia del ney, la invitó a volar más y más alto como si fuera un pájaro. A medida que volaba, la piedra se sentía más y más ligera al irse desprendiendo de algunas capitas que aún le quedaban. Anhelaba subir más y más; sentía como si la fuerza de un imán la atrajera llevándola cada vez más alto; en esa atracción no tenía que defenderse con sus capas, ya no necesitaba capas; sólo había lugar para abandonarse a la experiencia, para sentir, para ser,…entregándose a esa luz que le quitaba el aliento y le hacía derramar lágrimas de puro éxtasis. Era como acercarse a un lugar donde la esperaban desde siempre, por eso comprendió cuando le dijeron bienvenida al viaje de vuelta a casa.

Pero el ney dejó de tocar y poco a poco, la piedra fue bajando de nuevo a la Tierra. Impregnada de lo que había vivido, volvió a sentir las capas que la envolvían, pensando, es verdad que estás en el camino de vuelta? y volvió a dudar de la luz que había en su interior, y volvió a dudar de su origen, de la necesidad de volver a casa,…dudaba de quién era, dudaba sobre el sentido de su vida, encontrando miles de obstáculos para cada día dar pasitos en ese viaje de vuelta.

Hay tantas cosas que hacer, se decía. Y qué elijo hacer de todo eso? Lo que hago me lleva a retomar el viaje, o me vuelve más piedra?

La inseguridad, la confusión y la duda, la asaltan cada día desde ese lugar en que vive, ya sobre la tierra. Tolera dar parte de su calor a esa topilla ciega que todavía se acerca con frío, aunque por momentos se asusta cuando percibe que de nuevo la quiere chupar y saca las uñas llenándose de rabia.

Y el fresco de aire le recuerda cada día que el viaje de vuelta sólo acaba de empezar, sólo que habrá que seguir bailando, dando paseos con delfines por el mar, concertando una cita con la de los mil brazos, y escuchando mucho el ney. Son sólo algunas sugerencias, dice.

Carmen Arjona Garcia