sábado, 23 de julio de 2011

REFLEXIONES DE LAS QUIERIDAS DANZANTES. CARMEN, La Gran Matrona.

EL ESTORNUDO DE DIOS

Escrito por

CARMEN ARJONA GARCIA (fin del curso 2011-2012)


Una tarde de frío invierno en que Dios andaba muy resfriado, se le escapó un estornudo con tal fuerza que cayó directamente a la Tierra; era un resto de aliento divino y resplandecía con toda su luz.

Ese día en la Tierra hacía un viento helado que tomando forma de huracán, levantó capas y capas de polvo que terminaron sepultando esa luz debajo de la tierra.

Por la mañana, una topilla ciega y medio muerta de frío, buscaba debajo de la tierra, un hueco cálido donde refugiarse y poder dar algo de calor a su prole; así que percibiendo algo del brillo de la luz, aunque estaba bien camuflada, se pegó directamente a ella; quería chupar esa luz, absorberla y pasarla al interior de su cuerpo porque su frío era tanto, que pensaba que moriría dejando a sus crías sin protección alguna.

La luz se asustó al ver las intenciones de la topilla, pero aplastada por arriba por las pisadas de otros muchos animales que pasaban por allí, no podía salir corriendo, así que lo único que se le ocurrió para salvarse, fue endurecerse y endurecerse para que la topilla no pudiera acceder a ella. Y se volvió más y más dura, más y más impermeable, desconfiando de todo aquel que se acercaba y escondiéndose debajo de capas que la hacían casi invisible para pasar desapercibida. Poco a poco fue desconectándose de su energía, de su brillo y del calor que desprendía esa energía, hasta perder de vista que en realidad era una luz. Olvidaba así su origen para terminar creyendo que siempre había sido una piedra dura y resentida contra todos los que habían querido chuparla.

Dios que anhelaba parte de su aliento perdido, mandó cienes y cienes de lluvias que ablandaran la tierra formando surcos sobre ella, hasta que parte de esa lluvia llegó a la piedra, volviéndola un poquito más porosa. Por estos poros empezó a entrar el fresco del aire que empezó a mover la piedra ya más blandita, fuera de su escondite habitual. Le aconsejó que bailara y bailara, igual así podría sacudirse parte de la tierra que la cubría. Ella protestaba y se quejaba del aire; no quería moverse de su sitio. Además si se movía, podrían querer de nuevo chuparla.

Pero al aire que es muy fresco, le daba igual y seguía empujándola hasta que de un empellón la llevó por los aires hasta la cueva de la Diosa Noctiluca. Allí la piedra se emocionó en un rito iniciático donde parecía que perdía parte de la tierra dura que aún la cubría, acercándose un poquito a la luz que llevaba dentro, pero no se atrevió a lanzarse al agua; le costaba desprenderse de su costra bien armada y entregarse a semejante aventura; porque cómo sería eso de dejar de ser piedra? Así que tuvo que venir de nuevo el fresco del aire que la sedujo prometiéndole no quitarle ni un grano más de su capa; sólo la masajearía suavemente para volverla blandita, blandita y que la piedra empezara a confiar comprobando que no todo el mundo quería chuparla.

En una de sus artimañas, le presentó a la todopoderosa Diosa de los mil brazos que salía de lo más profundo de la tierra, y de nuevo la piedra se asustó impactada por la fuerza de semejante criatura. El aire le dijo: perdón; ya sé que voy muy rápido, y contigo, hay que ir poco a poco. Y se le ocurrió presentarle a dos delfines que la acompañarían en un paseo por el mar. Aquí la piedra descubrió maravillas al sentirse fluir con la sensualidad del agua. Cuánto necesitaba esta piedra dejarse fluir!. Aprovechando el disfrute de la piedra, el fresco del aire, que le costaba esperar, dijo: ahora es la mía. Y volviéndose melodía divina al pasar por la magia del ney, la invitó a volar más y más alto como si fuera un pájaro. A medida que volaba, la piedra se sentía más y más ligera al irse desprendiendo de algunas capitas que aún le quedaban. Anhelaba subir más y más; sentía como si la fuerza de un imán la atrajera llevándola cada vez más alto; en esa atracción no tenía que defenderse con sus capas, ya no necesitaba capas; sólo había lugar para abandonarse a la experiencia, para sentir, para ser,…entregándose a esa luz que le quitaba el aliento y le hacía derramar lágrimas de puro éxtasis. Era como acercarse a un lugar donde la esperaban desde siempre, por eso comprendió cuando le dijeron bienvenida al viaje de vuelta a casa.

Pero el ney dejó de tocar y poco a poco, la piedra fue bajando de nuevo a la Tierra. Impregnada de lo que había vivido, volvió a sentir las capas que la envolvían, pensando, es verdad que estás en el camino de vuelta? y volvió a dudar de la luz que había en su interior, y volvió a dudar de su origen, de la necesidad de volver a casa,…dudaba de quién era, dudaba sobre el sentido de su vida, encontrando miles de obstáculos para cada día dar pasitos en ese viaje de vuelta.

Hay tantas cosas que hacer, se decía. Y qué elijo hacer de todo eso? Lo que hago me lleva a retomar el viaje, o me vuelve más piedra?

La inseguridad, la confusión y la duda, la asaltan cada día desde ese lugar en que vive, ya sobre la tierra. Tolera dar parte de su calor a esa topilla ciega que todavía se acerca con frío, aunque por momentos se asusta cuando percibe que de nuevo la quiere chupar y saca las uñas llenándose de rabia.

Y el fresco de aire le recuerda cada día que el viaje de vuelta sólo acaba de empezar, sólo que habrá que seguir bailando, dando paseos con delfines por el mar, concertando una cita con la de los mil brazos, y escuchando mucho el ney. Son sólo algunas sugerencias, dice.

Carmen Arjona Garcia

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